Categorías
Tiempo de pandemias

¿Para qué cultura?

La paralización de las actividades económicas y la crisis que ha seguido a ello ha afectado, desde luego, también al sector cultural, aún endeble, que existe en nuestro país. No solo tomando en cuenta al sector de artistas que han mostrado que, salvo por la inversión de un capital considerable, las condiciones en las que operan no están exentas de precariedad, sino también aquellas editoriales nacionales –como si no estuvieran ya marginadas en nuestra industria- que se han visto en la necesidad de rematar los libros a precios bajos para, de alguna manera u otra, sobrevivir.

En medio de esta situación, el caso Richard Swing no es solo escandaloso, sino –y esta es la sospecha de la cual queremos partir– casi paradigmático. Y decimos casi, porque, desde luego, él representa un estado de la cultura llevada a un nivel tan deplorable donde lo que menos importa es lo cultural. Por eso, y porque dado que vivimos en un mundo donde no hay buenos y malos establecidos de forma bipolar, hay una serie de grados anteriores al de este personaje que, sin caer necesariamente en lo que este señor ha cometido, de todas formas, introducen la potencia de lo cultural en una esfera donde, nuevamente, la lógica del sentido impuesto es contraria a las ilusiones de una cultura con verdadero espíritu libre, si es que alguna vez representó aquello.

En un sentido amplio, no podemos afirmar simplemente que lo cultural haya frenado su maquinaria. Los servicios de streaming y algunos programas locales de televisión han continuado estando en pantalla, quizá más reforzados que nunca al tener al espectador todo el día en casa. Es verdad que el teletrabajo ha permitido la invasión del Gran Capital del ámbito de la oikos, de la casa, de la esfera privada, pero, de alguna manera u otra, esto nos ha llevado a una suerte de confinamiento de la acción humana donde, curiosamente, el mismo espacio de trabajo es a la vez espacio de entretenimiento, sin mencionar la vida familiar. Así, nos encontramos obligados –como los individuos que habitan el fondo de la caverna, en la célebre alegoría platónica– a mirar lo que la pantalla nos muestre, lo que, a través de la pantalla, se nos obligue a hacer. ¿Cómo pensar entonces en una cultura libre si no le ha quedado otro remedio que estar al servicio de los grandes capitales para seguir en funcionamiento? ¿No está contribuyendo también esta cultura al aprisionamiento y confinamiento incluso mental del individuo al ceder a este tipo de lógicas?

Es necesario deshacerse de un malentendido. Ganar dinero a partir de la cultura nunca ha sido un pecado, sino, por el contrario, podría incluso ser condición de posibilidad para la continuación de su ejercicio. Pero el problema aparece cuando es precisamente el dinero, ese elemento homogeneizador de todo trabajo en el capitalismo, el que impone su lógica. No nos referimos ahora a una suerte de entretenimiento donde los niveles de contenido son realmente pobres, o, al menos, no exclusivamente. Pensamos también en una cultura que, ya desde el comienzo de la crisis, se vendía como entretenimiento en función a las actividades que el ser humano debía hacer luego de trabajar. Una defensa de la cultura a partir del entretenimiento ha sido precisamente el caballo de Troya a partir del cual este perdió todo su potencial explosivo, si es que alguna vez lo tuvo.

Pero no todo ha sido negativo con la cuarentena. Pensemos en ese otro ámbito de la vida cultural como es la vida universitaria y académica, en general. Las nuevas plataformas han posibilitado que los eventos académicos puedan difundirse hacia mayores públicos, y, por qué no decirlo, han permitido que este negocio de los certificados se vea mermado. De hecho, ahora solo basta estar conectado a internet para participar de algún evento académico desde casa, sin la necesaria mediación de las instituciones.

Por un lado, el entretenimiento como forma de supervivencia de la cultura, por otro, la mayor difusión de contenidos antes poco fácil de encontrar. Es difícil, en este sentido, generalizar alguna dirección o tendencia –pero, ¿acaso estamos constreñidos a hacerlo? Es difícil, ya de por sí, hablar de la cultura como algo independiente. Desde luego, nuevamente, no es que por sí misma la esfera del entretenimiento sea negativa, de hecho, uno puede hallar múltiples metáforas y rastrear la “consciencia de una época” a partir de determinados productos. El problema aparece cuando lo cultural se ve en la necesidad de refugiarse en el mero hecho de entretener. Porque el que entretiene puede hablar también de revolución, pero entretener es, por su propia definición, una distracción, un descanso, un reposo, un resto o residuo de un tiempo condicionado por otras actividades dominantes.

Es harto probable que la defensa de una cultura independiente, en medio de nuestro contexto mundial, sea pecar de ingenuo. “Cultura libre”, “cultura explosiva”, expresiones que hemos usado acá, pueden ser tomado también como síntoma de nuestra propia ingenuidad. Lo cierto es que los términos de este combate contra el capital no pueden ser tomados en función a una defensa, porque, en principio, y a pesar de todo, no hay nada más abstracto y confuso que el significado que se quiere (auto)imponer a la propia cultura, cediendo así toda la materialidad y el peso de la vida cotidiana a nuestros enemigos.

La crisis nos ha mostrado todas las fallas de nuestro sistema económico y social, ha llevado al suicidio a muchas personas en la desesperación de no poder sostenerse un día más, ha revelado la miseria de las grandes empresas y ha movilizado a otros tantos a acciones benéficas. Sea cual sea la conclusión que de ahí pueda entreverse, lo cierto es que la crisis ha desnudado lo excesivamente humanos que podemos llegar a ser. Por eso mismo, y porque, como en su día Adorno pensó en la imposibilidad de escribir un poema luego de Auschwitz, quizá sea el momento de ya no pensar en la cultura como entretenimiento, ni siquiera como defensa de los altos valores de la humanidad. Es necesario otro lugar para la cultura, uno ya no encerrado en los salones universitarios o en los bares intelectuales, sino otro más estratégico, más directo, más situado. Uno que nos recuerde por qué es que, cuando toda esperanza de un mejor futuro parece desvanecerse, todavía vale la pena seguir luchando.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.