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2019

Sodoma y Gomorra

Ridículo, entretenido, hilarante, sorprendente, aburrido, fascinante, trágica, cómica, terrible. Todo respecto a la interpelación a la ministra de Educación, Flor Pablo, puede bien ser descrito por alguno de estos adjetivos y no caería en error. Y es que todo respecto a este Congreso es un oxímoron. 

Hay quiénes defienden la interpelación como un mecanismo democrático establecido dentro de la Constitución y no puedo sino estar de acuerdo con ellos. Esta posición la engloba mejor que yo los primeros párrafos de la más reciente columna de Juan Pablo Bernal en Poliantea.  Aún así, resulta imposible no pensar que esta interpelación no se dio para recibir de la ministra respuestas, sino más bien para que, con cámaras apuntándolos, los congresistas dieran rienda suelta a su imaginación y tuvieran sus diez segundos de fama. 

El problema que encuentro con las interpelaciones a los ministros de Educación no es que entorpezcan la labor del Ministerio como señaló la ministra, pues la ineficacia de los ministros que la precedieron no puede ser responsabilidad del Legislativo. Considero más bien que muchas veces es más un aprovechamiento de las cámaras para apabullar de críticas al Ejecutivo en muchos aspectos, y últimamente, a través de una de sus políticas, la de la igualdad de género. O peor aún, para exponer su pensamiento conservador a ultranza. Que se señale la existencia de una ideología, es algo que no resiste análisis y solo podría encontrar cabida en alguien que no ha leído el currículo ni algo de teoría de género. Confundir el género con sexo, en fin, es algo solo digno de nuestros congresistas. 

Uno de estos casos dignos se puede encontrar en la congresista de Fuerza Popular, Tamar Arimborgo, conocida por hacer proyectos de ley sin mayor sustento, como el presentado en enero de 2019 respecto a la ideología de género. Y para no quedarse atrás en este debate tan sustancial e importante para la realidad nacional, Arimborgo vociferó lo siguiente:

El gobierno del señor Vizcarra se llama incapacidad, ineptitud y su ministerio (de Educación) para mí se llama Sodoma y Gomorra.

Ahora, no quiero subestimar la capacidad intelectual de la congresista, no quiero disminuir su indignación, su molestia; pero me parece que comentarios como este, de una congresista que sin mayor desparpajo puede señalar después que el sexo tiene como fin la reproducción y no el placer, son precisamente los motivos por los cuales uno realmente puede dudar de si el Congreso alberga a los Padres de la Patria o simplemente es ya una ciudad de demonios.

Podríamos decir, eso sí, que la interpelación a la Ministra bien podría ser resumida como una interpelación al género. Y es increíble que se hable de esto en tiempos en los que la atención del país debería estar enfocada por ejemplo en entender lo que significa el paro agrario o  enfocarnos en la huelga que acataron casi todos los trabajadores de RENIEC, o tratar de entender en qué consiste la Política Nacional de Competitividad y Productividad, entre otros temas.

Y una dificultad que se presenta cuando hablamos de género es que acaba convirtiéndose en un debate religioso en un país que dícese laico. La frase de la congresista Arimborgo, la intervención del pastor Rosas o el congresista Tubino, lo evidencian así. Y como ellos, la mayoría de congresistas aprovecharon las cámaras, apelaron al show y se olvidaron que había una ministra ahí, esperando a que todo girase alrededor de las 29 preguntas del folio interpelatorio. A veces me pregunto si este show no pudiera ser ahorrado y citar a la Ministra a la Comisión de Educación, en lugar de destinar al Pleno tremendo espectáculo. Probablemente no. Todos quieren que los escuchen, pero nadie quiere escuchar lo que la otra parte tiene que decir. Y es que no podemos olvidar que ni siquiera a estos congresistas, defensores del mecanismo de la interpelación, defensores de lo democrático,  les importó del todo el debate, y muchas veces, el Pleno se vio vacío, prácticamente abandonado.

Debates infructuosos suelen caracterizarlos, y aún así, por breves momentos, algunos congresistas quisieron mantener el nivel de un debate en el cual, a mi parecer, no hay tanto que debatir. Se ve a muchas personas arañarse por un enfoque de género, como si la erradicación o implementación de este enfoque dentro de las políticas nacionales fuera a llevarnos al caos, a la tiranía, al totalitarismo. Pareciera que los congresistas coinciden con lo dicho por el poeta español Ramón de Campoamor;

Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: /todo es según el color / del cristal con que se mira.

Pero aquí, este relativismo no tiene nada de lírico. Es más bien estúpido, terco, y sin duda, entrampa al país a debatir más sobre una palabra y una supuesta ideología  que a discutir el fondo del asunto. Aquí no quiero perdonar las imprecisiones, errores, neglicencias cometidas por el Ministerio, sino más bien señalar que quiénes precisamente quieren criticarlos, son los primeros en ser imprecisos, errados, negligentes, mentirosos, y normalmente maliciosos.

Si bien se suele señalar popularmente que la razón por la cual el Dios cristiano destruyó Sodoma y Gomorra es por la práctica de vicios «no naturales», entiéndase aquí que se habla de la homosexualidad, prefiero quedarme con otra razón mucho más intrigante; la desmesura. Considero que si Arimborgo puede llamar al Ministerio de Educación, Sodoma y Gomorra, no habría de malo en considerar así también al actual Congreso de la República, el local de la desmesura.

Por Diego Abanto Delgado

Estudiante de Filosofía en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (Perú).

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